La muerte supone siempre el frustrante término de la vida humana, y así considerada parece que poco puede aportar a la Historia. Pero, por estar firmemente implicada en la vida, hay que estudiarla también en conexión con las estructuras sociales y sus transformaciones. De ahí su historicidad y su extraordinario valor explicativo.
El tema de la muerte es abordado aquí desde la historia social y en dos vertientes: como sistema de adaptación a través del cual el hombre integra una suprema angustia en lo racional y controlable; y como reflejo de la vida, de las desigualdades y tensiones sociales.
La información proporcionada por una gran diversidad de fuentes (testamentos, registros parroquiales, sinodales, artes de morir, iconografía y literatura) sirve a los objetivos de un estudio de larga duración, centrado en los siglos XVI y XVII, pero entendido en dinámica constante: a unos siglos XIV y XV de grande y traumática presencia de la muerte, sucedieron un intento de contestación a la estructura por parte de los erasmistas, y una época barroca en que triunfa esa estructura y es llevada a sus máximas consecuencias bajo el control de la Iglesia católica, que logra integrar más que nunca a la muerte en su discurso pastoral y favorece una progresiva clericalización del momento de la muerte e incluso de la vida, a la que entiende como constante preparación, como continuo memento mori. Buen reflejo de este fenómeno son las llamadas artes de bien morir, que alcanzan su mayor "'lo auge en época barroca y que se constituyen en una de las fuentes principales para el estudio de las actitudes ante la muerte en la España moderna.