En la primavera de 1912, el comerciante de libros antiguos Wilfrid Voynich se topó, cerca de Roma, con un manuscrito que por su aspecto parecía un grimorio medieval, escrito en un lenguaje extraño que, hasta el día de hoy, nadie ha conseguido descifrar. Durante los últimos cien años su texto ha sido exhaustivamente analizado por científicos, lingüistas y especialistas en criptología, tanto civiles como militares, pero todo ha sido en vano. El alfabeto utilizado sigue sin identificarse y el contenido del libro permanece siendo un misterio. Un siglo de fracasos ha alimentando la teoría de que el libro no es más que un elaborado engaño, una secuencia de símbolos al azar sin sentido alguno. Sin embargo cumple exactamente la ley de Zipf, según la cual la frecuencia de aparición de las distintas palabras que forman un idioma sigue unas normas rígidas, apareciendo la palabra utilizada con más frecuencia exactamente el doble de veces que la que sigue en frecuencia de utilización, el triple que la siguiente y así sucesivamente. Esta ley, promulgada en la década de 1940 por el lingüista George K. Zipf, de la universi