Desde sus inicios, la Iglesia ha buscado la unidad valorando siempre la diversidad. En este esfuerzo por sentir y vivir con un solo corazón, la comunidad de los seguidores de Jesús está llamada a hacer un camino de diálogo, escucha y discernimiento en común, en el que todos participen.
En este contexto emerge con vigor la categoría de la sinodalidad para fundamentar, modelar y reforzar la vida dentro de la Iglesia, así como para ser un signo humilde de participación libre y corresponsable de los individuos en la sociedad.
Para cumplir el objetivo de «caminar juntos», la sinodalidad urge a los cristianos a iniciar un proceso de revisión de su forma de estar y actuar en las comunidades concretas, lo cual supone una verdadera conversión del propio estilo de vida.
Conviene recordar, no obstante, que la sinodalidad no es una meta a corto plazo; así los fieles se protegerán de la frustración y la parálisis. El verdadero valor de una Iglesia toda ella sinodal consiste en ponerse en camino hacia Cristo, en un dinamismo de renovación que se alimenta escuchando la Palabra en la casa común de la Tradición recibida y colaborando con los hombres y mujeres que trabajan por un mundo más habitable y humano.
José San José Prisco es catedrático de Derecho canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca.