La idea de Dios es tremendamente peligrosa. En innumerables ocasiones, algunas tristemente muy recientes, se combate y se mata por ella. Pero sucede que quienes dejan de creer también en ocasiones combaten y matan, porque los sustitutos y sucedáneos de la religión han demostrado ser tan nocivos y violentos como ella misma. Y de esto podemos ver ejemplos, tampoco muy lejanos, sin necesidad de salir de nuestro país.
Por una parte, ¿por qué será tan difícil ser ateo y vivir serenamente la propia finitud, sin apuntarse a creencias no menos delirantes que las de la religión que se ha abandonado? Por otra, ¿por qué será tan difícil ser creyente sin cargarse además con una moral heterónoma que amarga la propia vida y nada bueno añade a la de los demás? ¿Por qué quienes creen en Dios se fabrican una idea de Él tan absolutamente contradictoria con la infinita bondad que habitualmente le atribuyen? ¿Por qué la creencia en Dios viene acompañada las más de las veces de la creencia en un montón de despropósitos? ¿Por qué con tanta frecuencia la fe ha llevado a las almas angustia y tormento en lugar de paz y sosiego?
A estas y otras preguntas es incapaz de responder el autor de este libro, pero son el punto de partida de las reflexiones que en él se pueden encontrar.