El autor nos sugiere airear nuestra mente, abandonar preocupaciones banales, descargar el
pesado fardo de inutilidades que nos vamos echando a la espalda. Nos acerca a Dios que
nos circunda, nos inunda y es más cariñoso y tierno que el mejor de los amigos.
El dios poliédrico, de innumerables rostros terribles, es ahuyentado por Jairo con total
seguridad. Y, al mismo tiempo, nos va descubriendo, con sencillez, un Dios «enamorado»
que se deja encontrar gozosamente por quien vuelve a sus brazos y no quiere vivir como
«hijo pobre de Padre millonario».
Una renovada y esperanzadora mirada a Dios y a la comunidad eclesial.