Tú te morirás y solo quedará el Kronen.
La predicción de aquel crítico me hizo reír, pero al cabo de treinta años y treinta novelas está a punto de cumplirse. Ya os imagináis que el pensamiento que se te pasa por la cabeza es que te podrías haber ahorrado el resto. Y esa fue siempre una de mis grandes tentaciones: hacer como Rimbaud. Dejarlo todo. Salir corriendo a traficar con armas en África. O alcoholizarme en alguna isla del Pacífico.
Historias del Kronen vendió ella sola más que el resto de mis obras juntas y es la única que ha entrado -a su manera- en la historia de la literatura, convirtiéndose en una novela icónica de su tiempo. Por eso, cuando pienso en aquel jovenzuelo a quien se le ocurrió enviar su manuscrito al Premio Nadal, procuro estarle siempre agradecido. Si he logrado dedicarme profesionalmente a escribir es gracias a esa novela. Le debo todo lo que soy.
Un vertiginoso relato generacional.
Una confesión a tumba abierta.
Un libro honestamente brutal.