n el Sur, ese lugar misterioso con varios soles y de una aridez extrema, donde unicamente se enseña en la Escuela las bondades de haber nacido en él, trabajan todos en una misteriosa Cooperativa. En el Sur, donde los mapas están prohibidos y su posesión puede castigarse con la muerte incluso, un niño roba uno de ellos con la secreta intención de trasladarse al Norte, a donde llega muchos años después. En el Norte no se permiten las preguntas, tampoco contar historias, narrar. En el Norte la noche se distingue del día porque su oscuridad es menos compacta y la autoridad y las normas emanan de una extraña Corporación. No hay niños en el Norte, no hay viejos, no hay muertos. La existencia en este lugar parece durar lo que dura la eternidad. El narrador conoce bien En la colonia penitenciaria, esa obra de un autor “prehistórico” desconocido que nadie entiende y que él intenta explicarse. Lee sin cesar otros libros que le proporciona un bibliotecario que parece enano, páginas y páginas sin autor declarado que “dicen a su manera que hay un orden en el mundo, y que ese orden puede prescindir de nosotros”. Aprende nuevas palabras, ahí en el Norte. Y mientras, va alternando los recuerdos de su niñez en el Sur con lo que le acaece en su tan esperada nueva vida en el Norte tratando de elaborar un mapa emocional que se asemeje al físico aquel que sustrajo siendo un niño.
Los puntos cardinales, de Hugo Abbati es una fábula suavemente distópica sobre un mundo alucinado, enrarecido y conmovedor al mismo tiempo; tal vez un feroz alegato contra el tiempo que nos ha tocado vivir, ese en el que las personas confían en ser capaces de fluir de un lugar a otro sin consecuencias. Con un personalísimo modo de escritura que entusiasma por su capacidad de penetración, se nos desvela además en esta extraordinaria obra ese sentido que suyace en las palabras, en nuestro lenguaje, tan veleidoso, tan inocuo en apariencia. Y de paso, elabora Abbati un deslumbrante tributo a Frank Kafka, su santo patrón junto con Samuel Beckett.