En Palma de Mallorca, en la imaginaria 'playa' que rodea el homérico Mediterráneo, Joan Miró instalará en 1956 su taller definitivo. Desde ahí trabajará para devolver a su arte la fuerza de la voz coral, capaz de someter, con la memoria de la historia y el gesto del oficio, la materia a las formas del espíritu.