Con los ojos bien abiertos a la belleza de este mundo vivió aquel a quien debemos Tardío Nápoles. Quizás por ello no pudo sino servir a causas justas: primero, la de la tierra en que nació; y luego, la de su patria en adopción (...) sin escatimarles fatigas ni riesgos. La limpieza de su actuar cotidiano sin duda que le aguzó, en noble compensación, la sabiduría de la mirada. Tardío Nápoles –buen título al fin– sugiere obra de madurez. No lamentamos –como él naturalmente lo hace– que Luis Amado Blanco tardase en ver y enamorarse de su espléndida ciudad: de otra forma, no tendríamos un libro tan rico y complejo dentro de su aparente sencillez. Leído con la intensa atención que merece, hallaremos que la ciudad es aquí un microcosmos de relaciones: temporales, hacia adentro de sí misma, hacia el origen de las sustancias latinas; culturales, en cuanto el espejo de Nápoles refleja un modo de ser que abarca la disímil riqueza de tantos pueblos hermanos. No es raro, entonces, (...) que un libro cuyo tema parece a primera vista remoto, contribuya en realidad a un conocimiento más profundo de las propias esencias. Eliseo Diego
Recapitulación de cuestiones esenciales de su poesía, Tardío Nápoles presenta una mirada que enlaza con maestría vitalismo y culturalismo, trasladando al lector el encuentro con la fascinante ciudad del sur de Italia.
Cuando en octubre de 1936 Luis Amado Blanco (Riberas de Pravia, 1903?-?Roma, 1975) llegó a La Habana como exiliado republicano, dejaba tras de sí una prometedora carrera literaria. En España había trabado amistad con poetas de la talla de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Rafael Alberti, era ya una firma conocida en publicaciones como La Gaceta Literaria o Revista de Occidente y había publicado su poemario Norte (1928) y las impresiones de su viaje a la antigua Unión Soviética en 8 días en Leningrado (1932). En Cuba, país del que adquirió la nacionalidad, mantuvo una destacada labor como autor, director y crítico teatral, literario y de arte, además de publicar los poemarios Poema desesperado (A la muerte de Federico García Lorca) (1937) y Claustro (1942), y una valiosa obra narrativa que comprende los títulos Un pueblo y dos agonías (1955), Doña Velorio. Nueve cuentos y una nivola (1960) y Ciudad Rebelde (1967). Tras el triunfo de la Revolución cubana, desempeñó una larga carrera diplomática, sobre todo como embajador ante la Santa Sede desde 1962 y hasta su muerte en Roma. A este último periodo italiano de su vida corresponde Tardío Nápoles (1970), un poemario que refleja su deslumbramiento ante Nápoles, ciudad en la que vio una posibilidad de regeneración personal y estética. Mediante un discurso intensamente culturalista y vitalista, Amado Blanco desarrolla en sus páginas una meditación existencial que es también una recapitulación del conjunto de su poesía, al tiempo que se replantea, con lucidez y serenidad, las posibilidades de aceptar el exilio como una vivencia positiva.