«Mi llanto dolorido se convirtió en un grito de terror cuando mi cuerpo tocó el mármol
de la tumba. Oí la voz de la muerta, sentí
su aliento en mi cara y una fuerza inmensa tiró de mí hacia el interior de la sepultura.
Sentí cómo unas manos heladas, descarnadas, se cerraban, férreas, alrededor de mis brazos y que el resto de mi cuerpo pasaba a través de la lápida, blanda como la gelatina. Por un instante, todo se oscureció. En mis oídos solo escuché el torrente de mi sangre, que martilleaba enloquecida contra las paredes de mis venas».