Este tomo trata de la producción narrativa, atenida a las diferentes incursiones que se practican en el orden de la ficción, guiadas por el propósito de entretener y por el deseo de contribuir a la educación de unos receptores especiales, a los que convenía inculcar unas normas precisas de convivencia. Esta finalidad de desvelar unos sentidos alegóricos explica los derroteros que sufre la cuentística en estos momentos, con una transformación profunda de las principales colecciones orientales y con la recuperación del fondo de fábulas antiguas y la aclimatación de las novellae llegadas de Italia, de las que derivan singulares mecanismos de entretenimiento curial que intervienen en la formación del vir facetus, que tanto valora Castiglione en Il cortegiano que traduce Boscán (capítulo IX). La misma pretensión de enseñanza se proyecta sobre el extenso marco de géneros que constituye la ficción sentimental, dedicada a analizar los riesgos que comporta la relación amorosa (capítulo X). También la materia caballeresca -«historias» breves, «crónicas» o «libros de caballerías»- contribuye a definir el nuevo orden político y militar con que se afianza la expansión territorial conseguida por los Católicos; las alianzas matrimoniales promovidas por el rey Fernando despiertan el interés por las tramas borgoñona y artúrica (capítulo XI). Los libros de viajes se centran en las peregrinaciones a Tierra Santa o en el descubrimiento del nuevo mundo americano, junto a la fijación de las rutas comerciales hacia las Indias (capítulo XII). El ámbito del saber, instigado desde los centros universitarios, atiende a los opúsculos filosóficos, a la formación de misceláneas científicas y a los juegos cortesanos, junto al conocimiento de la albeitería (capítulo XIII). También se examina la importancia que adquiere el discurso de la «prosa» en este final de la Edad Media, convertido este cauce formal en categoría historiográfica y valorados los problemas que plantean las traducciones.