Se dedica a los textos de la realidad política y social que se reconstruye con detalle (capítulo I). Se analizan los rumbos cambiantes que sufre la historiografía, primero en el arriesgado proceso de registrar los hechos del presente en las crónicas reales (capítulo II), después en las reconstrucciones del pasado propuestas en las crónicas generales y en la historiografía erudita; se ha atendido, en este marco, a las relaciones de sucesos militares y a las anotaciones sobre las "antigüedades" (capítulo III). Vinculado a este cuadro de circunstancias históricas, se perfila el orden de las biografías (capítulo IV), y se describe el pensamiento cortesano apuntado en regimientos de príncipes y ceremoniales, también en los códigos legislativos, con una valoración de los tratados apologéticos en los que se afirman los derechos de la dinastía reinante por medio de complejas moralizaciones (capítulo V). Se ha concedido crucial importancia a la epistolografía, que se convierte en un activo cauce de ideas humanísticas (capítulo VI). La definición del discurso político se completa con el análisis de los tratados gramaticales y de los comentarios de textos; en la última década del siglo XV, la lengua castellana alcanza la madurez necesaria para poder ser equiparada a la latina (capítulo VII). También trata de estudio la vasta y plural producción religiosa y hagiográfica que se acompasa a las directrices piadosas de la propia reina y a las pautas dictadas por sus confesores; por primera vez en la literatura se estudian los tratados de espiritualidad, los de instrucción y reforma eclesiástica, los de formación sacerdotal, junto a los confesionales, las artes de bien morir, las colectáneas hagiográficas y las controversias o disputas que dan cuenta del rigor con que se impone el credo cristiano sobre las otras «leyes» o religiones, dictado el decreto de expulsión de los judíos en 1492 y forzada la conversión masiva de la población granadina en 1499 (capítulo VIII).