La impronta de Sarmiento marca la visión que tienen de la España del siglo XIX los intelectuales argentinos: es para ellos un país en los márgenes de la civilización, cuyo letargo y retraso la situaban fuera de la Europa ilustrada e industrial. Las fuentes de la modernización de América, concebida como desierto por civilizar, había que buscarlas en Francia e Inglaterra.
Sin embargo, a comienzos del siglo XX se produce un giro hispanófilo. Autores tan diversos como Manuel Ugarte, Ricardo Rojas o Manuel Gálvez dan germen a un hispanoamericanismo que pretende construir un espacio compartido. Este giro tendría su eco en pensadores españoles como Unamuno, Altamira o incluso Ortega y Gasset, lo que le daría al proyecto su dimensión espiritual.
El hispanoamericanismo se nutre de una lengua y una literatura comunes, pero también de la presencia de un enemigo compartido, Estados Unidos, cuya temida hegemonía no era solo militar, sino también cultural.
Este libro analiza la doble lealtad que surge a principios del siglo XX: hacia la nación y hacia la raza. La identidad nacional quedó ligada al tronco hispano.