Crear es un placer digno de dioses. Mortales, pero dioses.
Intrínseco y consustancial con la más profunda de las sensaciones
y el más puro de los instintos: la propia locura vital necesaria para
sobrevivir. Sin límites. Sin horizonte alguno capaz de confinar la
utopía al marco en el que se plasma. Sin jalonar el camino, sin
pasos de retorno y, sobre todo, sin credo y sin certidumbre. Crear
es un espasmo, un clímax compulsivo que nace entre las tripas y
explota entre las manos. Y el resto es una entelequia...
Aun a costa de pervertir los sueños, negaré, siempre a la mayor,
al crédulo de miserias. Al ser enojoso y pedigüeño que se nutre
de cantos de sirena y pétalos de rosa. Nada hay más triste que
mendigar esperanzas. Nada hay, aunque humano sea, más tétrico
que subjetivar la sensación al hecho execrable de la recompensa.
Si me gusta jugar a ser omnisciente es porque siempre envido
cuando voy de mano. Y siempre pierdo la apuesta...