"LOS símbolos hacen posible la existencia", escribe la poeta, remitiéndome a aquella frase de María Zambrano, en la que dice que los símbolos entreabren el lenguaje del misterio de la vida, de todo aquello que en la vida aún desconocemos, o a esos dos versos de Antonio Machado: El alma del poeta / se orienta hacia el misterio. Es eso, precisamente, lo que la reflexión de este libro supone: el hallazgo del misterio.
El color de la granada entrelaza, para enriquecerlo, un irracionalismo sutil, pero fulgurante en sus imágenes; contundente, directo, que de alguna forma zarandea al lector: "La belleza es la profanación / de la cual yo me alimento", advierte. Nos llama la atención, por ello, de qué manera va alternando en el poema el resplandor de la imagen con la meditación, las imágenes con las escuetas reflexiones. La autora sabe que, en el fondo, ella "se debe al silencio", pero que "nunca aprenderá a callar". Se sabe en posesión del don de la poesía y su silencio no es sino un silencio poblado de palabras; porque de algo está consciente Carla Badillo Coronado (Quito, 1985): "la verdadera luz jamás se describe".
ANTONIO COLINAS