Petersburgo, la ciudad, es el verdadero protagonista de esta novela. Concebida y presentada como un espacio geométrico cerrado, configurado entre la Perspectiva Nevski y el Neva, entre las callejuelas grises y los palacios rojizos, aparece como un ser vivo, pensante y sintiente.
Un ser palpitante sobre el que aparecen los personajes como títeres atormentados y grotescos, y que atraviesan dos misterioso fantasmas: el Jinete de Bronce (la estatua de Pedro I, símbolo del poder paternalista y opresor, concebido como alma de la ciudad y del poder por Pushkin, pero todavía hoy emblema de la ciudad) y el Holandés Errante, que es el Neva, y el puerto y lo Otro.
Un desfile que se va transformando mediante el extraordinario uso de la sintaxis y merced a la significación otorgada a ciertos símbolos, como el color (rojo y negro, sobre el gris de la niebla, el azul del Neva, el verde grisáceo del mar, el bermellón de los palacios, el bronce de la fiebre#), en uno de los sueños más subyugantes que jamás haya dado la literatura.