La vida, acostumbrada a transitar millones de surcos y capilares, confluye en los cuerpos de un nonagenario y su nieto encerrados en una habitación, forzados a existir en un mundo que no dura lo que debería.
Quién vive muestra, sin pudor ni sentimentalismos, la cara más cruda de esta sociedad en la que la pubertad pretende ser eterna y la tercera edad es representada por personas sonrientes en la flor de la vida, sin achaques ni miserias. Dónde queda la agonía de aquellos ancianos incapaces de morir, escondidos en realidades lejanas, y la desesperación de aquellos jóvenes, ya no tan jóvenes, cuya vida no arrancará.
Cuando entre juventud y vejez no existe espacio alguno, qué sucede con los proyectos vitales, la percepción, la amistad o la sexualidad.