El rico, soltero y quincuagenario William Whittlestaff —que en más de un aspecto podríamos identificar con el mismo escritor—, para mantener la promesa de cuidar a la hija de un amigo gravemente enfermo, acoge en su residencia de Hampshire a la joven Mary Lawrie, de veinticinco años. La decisión la toma a pesar de la oposición de la anciana y demasiado franca ama de llaves, la señora Baggett, quien, con toda razón, supone que el «hombre mayor» se enamorará perdidamente de la recién llegada. Según estas previsiones, Whittlestaff pierde la cabeza por la joven y pide su mano, sin darle ninguna importancia a la diferencia de edad o a la historia de amor que la chica tuvo con John Gordon, joven estudiante sin dinero que había ido al extranjero a buscar suerte y que vuelve con una considerable fortuna de Sudáfrica y con la firme decisión de reanudar la relación amorosa con Mary interrumpida unos años antes. Con gran precisión estilística y una perfección extraordinaria en la delineación de los personajes, tanto principales como secundarios, Anthony Trollope —junto con Dickens, probablemente uno de los escritores más representativos de la época victoriana— confirma en El amor de un hombre de cincuenta años, su última novela, que nunca vio publicada, todo lo que de él dijo Henry James cuando declaró que el gran mérito de Trollope fue su capacidad de llegar a sentir lo cotidiano en todos sus aspectos.