Olga Bernad nos sumerge en un mundo a ratos oscuro, inquietante e inquieto; otras veces tan luminoso que habremos de cerrar los ojos para no quedar ciegos... Los cuentos que conforman El polvo nihilista, en cualquier caso, nos harán viajar. Por el reino de la luz o por el de la oscuridad no tendremos otro remedio que seguir a sus personajes, porque nos conquistarán, nos robarán el alma y a veces también el sueño. Viajaremos con ellos por nuestro pasado, a ratos dulce, pero siempre irremediable aunque la memoria lo disfrace para consolarnos; perseguiremos con ellos nuestro incierto futuro recorriendo vagones de tren en busca del libro que nos dirá quiénes somos, qué debemos hacer ahora si los espejos ya no nos devuelven ese rostro que amábamos. Viajaremos a través de un tiempo que ni cura ni explica con un nombre recién inventado. Sabremos de amor y de rutina, de pasiones descontroladas y de pasiones que se mantienen encadenadas para poder seguir respirando... Sentirán al pasar las páginas de este hermoso libro algo intenso, algo así como «una bala en el pecho».
Olga Bernad (Zaragoza, 1969) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza. Ha publicado los poemarios Perros de noviembre (2016), El mar del otro lado (2012), Nostalgia armada (2011) y Caricias perplejas (2009) con Ediciones de la Isla de Siltolá; las novelas El buen amor (Paréntesis, 2013) y Andábata (Ediciones Nuevos Rumbos, 2010) y una recopilación de prosas que lleva por título Algunos cisnes negros (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2013). Ha sido incluida en diferentes antologías, entre ellas Hablarán de nosotras (Los libros del gato negro, 2016) y traducida al griego, al francés y al árabe; así mismo ha participado en varios libros colectivos y revistas literarias con textos propios o colaboraciones críticas, entre ellas Turia, Rolde, Estación poesía, Anáfora, Isla de Siltolá, Quimera o Artes&Letras (suplemento cultural del periódico Heraldo de Aragón).
«A menudo, justo antes de irte de un lugar, de una época o de una persona, echas una última mirada atrás. Quizá para atrapar un buen recuerdo, quizá para constatar un vacío. Lo cierto es que ese momento es breve. Un poco de polvo de estrellas de la piedra del tiempo. A partir de ese instante, tú estás en otra parte y quien no te ha visto irte te habla desde el pasado. Te llaman a veces por tu antiguo nombre porque no saben el nuevo y, si te preguntaran quién eres, responderías: la mujer de Lot. No vuelves a mirar atrás para no convertirte en estatua de sal».