Hoy, en El amor no es amado, reencontramos a Héctor Bianciotti, quien, por boca de un sochantre oficial del Imperio Británico en la India, nos revela en cierto modo su secreta fuente de inspiración : «Como los niños, entre las maravillas de la realidad y lo maravilloso, siempre he elegido las primeras, aunque no sin preferir la oscura lógica de la imaginación a la verosimilitud».
Fiel a esta idea Bianciotti nos conduce, de un cuento a otro, del llano argentino a Francia, Venecia, Tubingen o cualquier ciudad mítica del Norte, y nos sumerge en algunas de las obsesiones o perplejidades que dan vida a sus personajes : el momento en que se revela el destino de un hombre, cuando el hombre aún no se parece a su destino ; la nostalgia de una vida diferente que bien podría haber sido nuestra ; el pasado considerado como único porvenir del hombre ; el enigma del dolor ; la memoria que cada día nos reinventa y hace pasar al filo del tiempo, en el flujo de la sangre y de un cuerpo a otro, los mismos sueños, las mismas leyes ; y también la vanidad de creerse virtuoso o culpable mientras, quizá, no se hace sino obedecer a una inmutable necesidad. . .