Europa se conmociona a principios del siglo XIII ante el inicio de una Cruzada en la que por primera vez se va a exterminar a un enemigo que también es cristiano. Pero el anatema papal ya está establecido, y cualquiera que tan solo dude de la culpabilidad de los nuevos herejes, será condenado. Se recluta un ejército, levantan hogueras en toda Occitania quemando disidentes, se toman ciudades, se derriban fortalezas. Y se persigue a los cátaros con un ahínco que parece escapar a toda lógica. De repente, un nuevo enemigo aparece aún más al sur. Un enemigo que siempre había estado ahí. La invasión del continente por parte de Muhámmad al-Násir, alias al Miramamolín, con un enorme contingente guerrero proveniente del norte de África, hará que antiguos enemigos se unan contra el islam, sin importar el reino del que provengan, ni al señor feudal al que sirvieran, ni lo buenos o malos cristianos que hayan sido. Una narración histórica apasionante contada a través de las vivencias de un grupo de almogávares, peculiares mercenarios que se mueven por varios escenarios como peones en un tablero de ajedrez, alquilando sus armas y voluntad al mejor postor. Llega a capitanearlos Diego de Marcilla, joven hidalgo aragonés preso de una promesa de amor que le hará conocer las Cortes de los trovadores, la mística doctrina del Amor Puro, pero también el barro y la sangre en batallas como las Navas de Tolosa o el desastre de Muret. Es allí donde verá morir a su rey Pedro II de Aragón, y donde se derrumbará como un castillo de naipes los lazos con todos los señoríos y vizcondados que le eran feudatarios, dando lugar así a la desaparición de toda una civilización meridional que se había atrevido a enfrentarse contra el poder de la propia Roma.