En el puesto de socorro, el Viejo y Barcelona se despiden calurosamente de nosotros, antes de que seamos evacuados. En el mismo momento, el coronel Moser echaba un vistazo por encima del parapeto de la trinchera y seguía con ojos fatigados el curso de un cohete luminoso. Empezaba a salir el sol detrás de las líneas rusas, y el hielo crujiente centelleaba en la bella mañana del invierno. El coronel,
que estaba encendiendo un cigarrillo, no oyó el seco chasquido, ni sintió el casco de granada que le arrancaba la cara. Sus manos soltaron el "MPI" y su cuerpo se derrumbó lentamente. Una nueva granada le cubrió de nieve.
-Justamente antes de partir, vi morir al jefe -dice Hermanito, en el tren hospital-. No quería vernos más; y su deseo se ha cumplido.
-Es la guerra, amigo mío -responde el Legionario.