"Bueno, dijo Augberg, con tono que no admitía réplica. Tengo intenciones de sacaros de este infierno. Podéis seguirme o quedaros. Solo nos llevaremos las municiones y
las armas. Os desligo del juramento a la bandera, y si me seguís, no tengo nada que prometeros. Pero si os quedáis, os consumiréis en una prisión rusa y ya sabéis como tratan los rusos a sus prisioneros. En caso de lograr nuestro empeño, algunos de vosotros tendrán, sin duda, la suerte de llegar a las líneas alemanas, al otro lado del Don. Están a ciento veinte kilómetros: dos o tres jornadas de marcha, pero aquí
será duro, no lo dudéis. Una marcha hacia la muerte. Únicamente los más fuertes de vosotros tienen la posibilidad de salvarse. Esto es todo cuanto tengo que deciros".
Dio media vuelta y se fue hacia el Oeste, cara al sol que rojeaba. El Viejo fue el primero en levantarse; columpiándose sobre sus piernas arqueadas, se dispuso a seguir al general de las SS. Uno tras otro, nos fuimos levantando lentamente...