Anunciada desde el título mismo al evocar la composición musical (compás de dos por cuatro) cuyos orígenes se pierden en la península para reaparecer con personal originalidad en nuestras tierras, la Habanera de Alberto García es la historia de un nuevo encuentro entre culturas, pero signada esta vez, no por posiciones de fuerza o por imperativos de poderes, sino por un regreso de conquistadores dispuestos a dejarse ganar ahora ante el "capítulo pendiente o el paréntesis abierto" que dejara en aquellos hombres el noventa y ocho y el desgarramiento que contribuyó, paradójicamente, a establecer un vínculo aún más estrecho entre quienes hasta muy poco antes se habían mirado como enemigos. Justo en ese momento, la historia sufre un viraje que sitúa al antiguo conquistador frente a una suerte de encantamiento que decide su retorno al útero sediento de nuestra bahía y con ello su segundo nacimiento y su otra mayoría de edad.
Después del noventa y ocho, la historia se abrió a una etapa de inversión de los procesos culturales, en la que las relaciones entre España y la mayor de las Antillas cobraron un nuevo sentido, que expresa el personaje de Alberto García con un carácter simbólico. Para un español común, el fracaso del imperio colonial había sido evocación de sucesos lejanos en tierras antes promisorias, pero el relato de García, entre hechos reales y recuerdos, demuestra devoción por Cuba y un sentido de pertenencia a un orbe definitivamente ambivalente ("Yaguajay también era mi mundo y a él me debía"), en cumplimiento de una deuda voluntariamente contraída con aquellos en quienes la obra fue pensada y a quienes la dedica con toda intención el autor.