Evaristo S. Cruz odia la Navidad y ha apartado de su vida y de sus pensamientos cualquier atisbo de comprensión por una celebración que él considera que ya no tiene ningún sentido, mostrando su rechazo más absoluto al alborozo que por esas fechas, con un impulso incontenible, inunda calles y plazas, encuentros, gestos y palabras.
Un espacio inconcreto de luces y de sombras donde los días apenas tienen nombre para guardar felizmente en la memoria; una fría y deshabitada realidad, la de los seres solitarios, en la que no hay lugar para el amor y la esperanza. Ese es el paisaje en el que el autor sitúa al personaje principal de esta novela y por el que discurre su intimidad cercana y sus ausencias, sus escasos anhelos, su carencia de ilusiones.
Y sin embargo, las rotundas certezas, las inamovibles convicciones de Evaristo S. Cruz se tambalearán desde sus cimientos, y un aldabonazo de acontecimientos imprevistos le mostrarán un territorio distinto y posible de su existencia, inesperado, sorprendente y casi mágico.