Un adolescente Germán Monteverde acompaña a su padre jornalero, Enrique, a visitar a distintos hacendados para los que recoge el tabaco por las plantaciones de La Vega de Granada. Una tarde veraniega de 1935 irán a la Huerta de San Vicente, la casa de Federico García, uno de los señores para los que trabaja. Un frondoso jardín, cuajado de jazmines, rosales y granados, les abre paso a una distinguida casona blanca. Es la primera vez que el joven Germán pisa una finca de estas características. Los hacen aguardar en el salón, rodeados de muebles oscuros, tapices, retratos. Al tiempo, una melodía de piano, que parece parte de un ensueño, envuelve los objetos y llega morosa a los oídos de Germán, que disfruta de la música. Al teclado estará Federico García Lorca y ese encuentro cambiará el destino del joven, cuando el poeta llegue a ofrecerle generosamente darle lecciones de piano.
No puede saberlo aún. Los vientos de la guerra no se habían desatado en la Península, con su ola de crímenes, de desgracia. Pasados los años, en la terrible década del cuarenta, Germán malvive en la trastienda del estanco de la señora Barcina, viuda de guerra, que le ofrece camastro, manta y garbanzos. La miseria la sortea gracias a la solidaridad de los viejos vecinos y al estraperlo, como tantos otros. Pero en su camino se cruza el capitán Nestares, agresivo y prepotente, del que se rumorea que tuvo en sus manos la vida y la muerte de Federico. Otra vuelta de tuerca del destino se pondrá en marcha cuando el capitán cruce del umbral del estanco Barcina para detener a Germán acusado de contrabando.