Una novela sobre las relaciones entre un padre ausente, que vive en los márgenes de la sociedad, y su hijo. Aviso de lectura Cuando seas padre comerás carne, se decía antaño. Y daba miedo: el padre como una amenaza caníbal, desgarrándonos la infancia y los filetes. Esa carne misteriosa de la que también hablaba el catecismo: los enemigos del mundo son tres, el demonio, el mundo y la carne. El padre de Hamlet como una sombra. El de Hansel y Gretel, abandonándolos en el bosque. En de Blancanieves, ni aparece. El de Kafka, esperando su carta para poner en evidencia que la letra con sangre entra. Y Edipo y Freud y el padre como proyecto de asesinato en legítima defensa. Denme un padre y escribiré una fábula: el escritor como expósito. Novela de los orígenes y orígenes de la novela, como dijo Marthe Robert. En esta novela más que de matar al padre se trata de robar su ausencia. Quien roba a un ladrón tiene cien páginas de perdón. El recuerdo de un viaje hacia el Sur. El abandono y sus rituales: la mentira, la promesa incumplida. Crecer, es decir, soledad. Y luego, un buen día, mientras en el jardín familiar ve jugar a sus asesinos, Edipo recibe una llamada de teléfono. Es el padre que viene a ofrecerse en sacrificio. La historia de un hijo y de un padre y de lo que estas historias suelen callar: la madre. ¿Alguien ha pensado alguna vez que Kafka también tenía madre? Si la narrativa del siglo XX nos contó la muerte del padre, ¿será matar a la madre el tema de la novela de este siglo? Lástima, no viviré para saberlo. Ustedes seguramente tampoco.