La primera novela de la argentina Lucía Puenzo, adaptada al cine por ella misma como directora en la película homónima. Aviso de lectura Si yo fuera un crítico-escolta de los que ahora tanto abundan, escribiría que esta novela es una obra maestra, pero como solo soy un editor de poco bombo y escasa gracia, me limitaré a decir que esta novela cuenta una historia desgarradoramente feliz. El «desgarrón afectivo» del que hablaba Dámaso Alonso a propósito de Don Francisco de Quevedo: «polvo serán, más polvo enamorado». Esta historia está contada por un perro y en cierto modo cuenta una vida de perro, más animal que racional. Una chica bien, Lala, que se encoña de su criada paraguaya, la Guayi. Y es que cuando la pasión amorosa anda por medio ya sabemos que es inevitable perder el juicio y matar y decir adiós a todo esto y a todo aquello y buscar un lago o unas aguas donde poder renacer y bautizarse y humedecerse. La autora, que también es cineasta, ha dirigido la versión cinematográfica de esta historia. No sé si ustedes han leído ya la peli pero en todo caso no deben dejar de ver esta novela. La peli no la cuenta el perro (los perros saben escribir pero no saben hacer cine) y eso cambia mucho tanto lo que se nos cuenta como lo que se nos cuento con lo que se nos cuenta (no es un trabalenguas, prometo). Porque los serviles humanos somos incapaces de morder la mano de quien nos da de comer, pero los perros...