Bajo el título general de El gallego y su cuadrilla se reúnen los escritos que Cela llamara «apuntes carpetovetónicos», no sin cierta dosis de ironía y humor. Con desenfado, precisión y, a veces, una voluntaria crueldad, Cela recoge la fauna variopinta que puebla el ancho campo peninsular: poetas cursis, barberos psicólogos, barberos voladores, pedicuras solteras, almas trasnochadas, vagabundos, maletillas, profesores de solfeo, tontos de pueblo y hasta la historia de Sansón García –socio fundador de «La Sosegada Penitencia», sociedad limitada de pompas fúnebres– o de Sebastián Panadero y Sobradillo, descubridor incomprendido de la falsedad del número p. Frente a la presuntuosidad, la obcecación o la insignificancia patética, Cela recurre al esperpento como salvoconducto para la redención. Finalmente, ¿qué otra cosa sino «Apuntes Carpetovetónicos» fueron muchas de las páginas maestras de Torres Villarroel o de Quevedo?