Comprometido vitalmente con su gran pasión, escribir, su carácter tímido se expande y expresa a través de la literatura. Ribeyro se considera heredero de la tradición cuentística del siglo XIX, pero, sobre todo, de Kafka y Borges. Valora la sencillez por encima de la innovación técnica común en los escritores del boom, y consigue desarrollar un estilo personal y novedoso, cargado de simbología, que distorsiona la realidad y da sensación de caos, magia y fantasía. En general, sus relatos revelan una gran dosis de escepticismo vital ante la incapacidad del hombre para asimilar la rápida transformación de su entorno; en concreto, de la sociedad peruana: la vida en la ciudad, las nuevas clases emergentes, el ocaso de la vieja burguesía, el problema de los indígenas… Pero Ribeyro carece de respuestas o soluciones definitivas y, sin ser cómplice de nada, indaga en la interioridad de sus personajes a través de su cotidianidad y deja que las cosas narradas se muestren a sí mismas. Desde su propia marginalidad, defendió siempre la conducta del antihéroe. Edición de Ángel Esteban.