La admiración que el autor siente por sus dos hermanos mayores le lleva a investigar en sus vidas, desde la infancia hasta la madurez, y descubrir qué sucedió entonces y qué relación tienen los hechos de antaño con el presente, y cómo explican la propia historia familiar. Miguel y Eduardo, que así se llaman, sintieron la vocación y se marcharon de casa para entrar en dos órdenes religiosas diferentes. Si en el caso de Miguel fue una vocación real, en Eduardo las razones de su marcha son de otra índole. Gonzalo Celorio cuenta en Los apóstatas las vidas de estos dos hombres, con sus luces y sus sombras, primero desde su visión de niño —el pequeño de una familia de doce hermanos— y después, ya como adulto, buscando respuestas a las cuestiones que le han asaltado a lo largo de toda su vida.