El libro está organizado en tres partes o viajes, con cuatro relatos cada una. Los de las dos primeras partes, narran historias que transcurren en el Pirineo oscense, entre los siglos XIX (primer viaje) y el XX (segundo viaje). Cada una de estas historias es también un pequeño retrato de los modos de vida de estas gentes, gobernados principalmente
por la tierra, el trabajo agrícola y ganadero, la restauración o antes las postas, y por los intercambios (tan necesarios) con las gentes del otro lado del Pirineo. Pues, al fin y al cabo, este es un territorio donde durante siglos, todo «ha quedado en casa»: el tráfico de mercancías y materias a través de la frontera ha hecho que estas montañas sean sorprendentemente permeables para estas gentes, que han señoreado sus valles, rutas
y senderos, pasos y collados con una familiaridad absoluta. Los personajes de Antonio Vila Bielsa viven vidas muy apegadas al territorio, tanto los más pudientes como las gentes sencillas, y las viven en un mundo cerrado con usos muy marcados, gobernados por un fuerte localismo, que sin embargo, no les impide, siendo gentes aguerridas como son, salir al ancho mundo y afrontar cuantos avatares se presenten. Muchos, para volver, con el tiempo, con el espíritu intacto, tan propio de quienes tienen estos valles calados muy adentro. El autor narra las historias con un lenguaje muy llano, como si ese fuera el trazo, la pincelada más adecuada para estos retratos que no admiten artificios o
zarandajas. Aquí, las justas.
En la tercera parte o viaje, el autor se aleja (geográficamente, por lo menos) de los valles pirenaicos para adentrarse en el alma humana, en su naturaleza, con unos relatos más descarnados (alguno, descorazonador) en los que los personajes afrontan situaciones muy difíciles, lo que le permite hablar de sentimientos como soledad, abandono, incredulidad…,por lo general, auspiciados por el egoísmo de otros, que son, en definitiva, nosotros mismos.