La tormenta tranquila es la que te balancea sin hundirte. La que sopla con fuerza, pero sin tumbarte. En la que diluvia mansamente. Limpia las vidrieras del camarote, mientras veo caer la lluvia. Como si me hubiera endurecido como lava vieja, como si la sangre derramada se coagulara después del dolor infligido en la herida. No debí de haberme bebido la botella de ron. He perdido la entereza. He abierto todas las ventanas y ha entrado por ellas el dolor de tu pérdida, la soledad, y el miedo a la muerte. No debí de beber del brebaje que me hace ver esta realidad que me devora, aunque la tormenta no me agite y sea capaz de solventarla. Con la edad son otras las sombras y otras las luces. Y tú eres ese sol que se va eclipsando con el dolor que da mirarle de frente. Demasiado ron. Demasiada pena.