¿Qué puede inducir a un hombre a confesarse culpable de un crimen que no ha cometido? ¿Y si, además de esta situación extraña, no ha existido en realidad dicho crimen? Hubo un muerto y un cadáver, hechos irrefutables. El cadáver de un tipo cuya muerte él había deseado, pero en la que no tuvo participación alguna. ¿Qué descargas emocionales pueden fundir los plomos de un sujeto para hacerle tomar tal decisión?
Estas preguntas me surgieron al poco tiempo de conocer a Juan V. en la cárcel. Estas y muchas más. Juan era el extraño sujeto de los plomos fundidos que aceptó una culpabilidad inexistente. Hay ocasiones en las que la mente nos presiona desde algún lugar opaco del subsconciente, o desde la conciencia urgente de la responsabilidad.
El último infierno de Juan V. relata la historia de su protagonista, víctima de un amor no correspondido. El narrador, que realiza labores solidarias de tipo cultural en la cárcel, es elegido por Juan, condenado por asesinato, como confidente para desahogar las tensiones acumuladas durante los años en los que mantuvo una relación pasional con una mujer casada, Adela.
Se trata de una novela tierna y trágica al mismo tiempo, conmovedora y emotiva, con amplio margen para la reflexión, el análisis y el debate. La narración aparece salpicada de ciertos episodios eróticos, a veces escabrosos, vividos por el personaje principal y la mujer de sus sueños. Hay, además, un retrato de la época en la que transcurren los hechos -último tercio del siglo XX y primer decenio del XXI-, con intensas conversaciones entre el interno y el confidente narrador en torno a la evolución de las costumbres, las relaciones amorosas, los usos sociales y los conflictos emocionales.
Un estilo directo, de enorme pulcritud, unos diálogos electrizantes que transcriben fragmentos de los chats y correos electrónicos compartidos entre el condenado y su amante, una estructura envolvente y el análisis de cuestiones candentes desde el punto de vista social y emocional convierten esta novela en una propuesta de lectura del máximo interés.
«Se pasa de inocente a culpable en un segundo. El tiempo es así, torcazas que cantan en un árbol cansado»
(Juan Gelman)