Georges Moustaki, viajero infatigable, verdadero ciudadano del mundo, habría podido elegir otro decorado: España, por ejemplo, Brasil o Japón, tres países entre otros donde el público inesperado acude en masa para oírlo cantar. Pero es a Oriente Medio donde su pluma lo ha dirigido de forma natural.
He leído los cuentos de Georges Moustaki como una reacción ante lo inaceptable. Hassan, el trovador a caballo, no hace más que hablarnos de amor. Abraham, convertido en Ibrahim, baraja las cartas. El muro, erigido para separar a dos comunidades, termina por unirlas. Y la absurdidad de las guerras fraticidas aparece ilustrada por medio de ese magnífico gobernador a quien la paz pone enfermo y que arrastra voluntariamente a su pueblo a una guerra civil.
“No hay ninguna receta para una canción. Parto de una primera frase”, nos dice Moustaki. Estos relatos han sido escritos como sus canciones.
(del prefacio de Robert Solé)
Georges Moustaki nació en la Alejandría de 1934, en el seno de una familia griega judía. Hijo de un librero francófono, cultivó varias artes, entre ellas la pintura, la música y la literatura. Cursó el bachillerato en el Liceo Francés de Alejandría y se trasladó a París en 1951 para proseguir sus estudios. Allí fue donde encontró su verdadera vocación, la música. Los intérpretes más importantes del momento -como Piaf, Regiani, Dalida o Montand- popularizaron sus canciones, a tal punto que, cuando Moustaki emprendió la faceta de intérprete, ya era famoso en el mundo entero. Al fallecer el 23 de mayo de 2013 dejó atrás una fructífera carrera que abarca más de 25 giras y más de 20 álbumes, varios libros y numerosos reconocimientos culturales.