La vida del artista incipiente es un clásico de la novela moderna. El artista incipiente suele nacer en un país gris, en un tiempo gris, y corre el riesgo de ser un artista gris. A menos de que el arte mismo decida ser gris y entonces es un precursor. Tres generaciones comparten esta narración, los artistas incipientes, sus hermanos mayores y los padres vencedores o vencidos en una guerra que no se acaba nunca. La trama, movida por abundantes personajes, se ordena como los cuadros de una exposición. Pero el asunto de la novela no es ni el arte, ni la guerra, ni las generaciones, ni las semblanzas. Su asunto es la decisión, la capacidad para tomar decisiones. En todo tiempo y lugar, incluso en los más grises, llega un momento en que se hace ineludible decidir. Ciertamente, toda decisión es un error. Pero no tomarla puede ser peor. En la Barcelona de mediados de los años sesenta, en un período triunfal del franquismo, no estaban los tiempos para tomar decisiones. Sin embargo, se tomaron. Algunos olfatearon en el aire una transformación radical que durante veinte años convulsionó todas las sociedades. Alrededor del artista incipiente, muchos toman decisiones. Pero el artista incipiente no sabe decidirse, quizás porque la convulsión, en su terreno, iba a ser un cataclismo. Ésta es la historia de algunos momentos decisivos y de aquello que aconteció al indeciso. Una historia tan atemporal y universal como los artistas incipientes, las épocas grises y el arte gris.