En unas apretadas 280 páginas nos quiere desentrañar, con profunda delicadeza y lirismo, el alma de un ser humano asesinado durante las malas horas de la República en esos pueblos españoles (en este caso en un pueblo remoto de Castilla) donde tantas veces se usaron las contiendas políticas e ideológicas como brutal excusa para dirimir asuntos personales, odios larvados, riñas familiares, rencillas, rencores ancestrales, ajustes de cuentas por unas lindes o unos dineros: ya sabemos. El horror, que dijo el capitán Kurtz en pleno corazón de las tinieblas.
Lo que Carmen Frías nos presenta, insisto, con exquisita elegancia y ameno estilo, en forma de diario, son las vicisitudes de un alma buena, Manuel, un muchacho de pueblo que, tras años de estudio en la capital vuelve al hogar, a su infancia, a sus recuerdos, a su familia madrastra y esquiva, a los amigos, a sus creencias más íntimas, y se topa de hoz y coz con el advenimiento de la República, en abril del 31, las primeras algaradas de alegría, los encontronazos con el clero más reaccionario y difidente del nuevo régimen anticlerical y laico, por miedo a perder sus ancestrales privilegios y atemorizado por el cariz que toman algunos vandalismos anticatólicos; así como se nos retratan los crecientes rencores de los más ideologizados en el nuevo panorama político, como el alcalde; las primeras leyes (constitución incluida) y cómo estas van afectando poco a poco a la microhistoria del lugar: desde la llegada del agua, la quita de los crucifijos de la escuela, o la prohibición de las procesiones en la calle" (Ángel García Galiano).