Solitude es la historia de Jean Claude y Lucille, que, como tantos otros vascos, emigraron a Estados Unidos a principios del siglo XX en busca de un futuro mejor y se vieron atrapados entre unas condiciones de vida extremas y la añoranza del “Viejo País”. Su hijo Hudson reconstruye, por una parte, el penoso viaje transatlántico, la llegada a la isla de Ellis y el casi inmediato traslado a los estados de Nevada o Idaho para dedicarse al pastoreo, los hombres, y al servicio doméstico, las mujeres. Y, por otra, la vida de los años 20 y 30 en Nueva York, los clubs de moda, la música, el cine, el fútbol… Así, en Solitude conviven historias sobre asesinatos y venganzas contra los indios, el tráfico clandestino de whiskey durante la Ley Seca o pastores a los que la soledad llevaba a enloquecer, que se contaban en los hoteles vascos que jalonaban la ruta hacia el Oeste, con otras más mundanas, en las que entran y salen personajes como Ravel, Salinger, Chaplin o Uzcudun, a quien veremos el día después de haber caído, por primera vez por K.O., ante Joe Louis. Incluso el lehendakari Aguirre hace un cameo. En realidad, quizá no sea el propio Hudson el autor de esta asombrosa reconstrucción, sino un emigrante escocés de nombre Angus que le ha usurpado la identidad. Porque Solitude, que por momentos adquiere carácter de crónica de un mundo y una época, es, ante todo, una espléndida novela.