Melancolía es la red con la que el tiempo quiere atrapar a los valientes si tienen corazón. Con sus hilos negros, pegajosos y dulces, envuelve a los que nunca tuvieron miedo de nada, apoderándose de sus manos, de su mirada y de su aliento. Así atrapados, el tiempo los conduce a una batalla que tienen perdida de antemano: la de dar vida a lo que se va irremediablemente. Aquel país, aquel paisaje, aquella gente, aquellas casas. Como no queremos que se vayan, acariciamos sus formas, los sacudimos para que no caigan en el letal letargo, les señalamos dónde están los peligros.
País de anochecida: se acaba el día ¿habrá otro? No lo esperes. Prepárate para disfrutar de la noche. Bajo las estrellas los besos son más dulces y el baile más alegre. La red de melancolía que el tiempo teje, en la noche fresca ha de ser sólo un abrigo tierno.
Y al final, igual que siempre, detrás de la tenue luz de aquel perdido país, de aquel día que fue el nuestro y hoy se apaga, quedará sólo una música distante que huye -como derrotadas banderas de humo al viento- entre las ruinas; la esperanza -lejana claridad, hora de gallos, batalla por luchar-; y no una, sino muchas preguntas sin respuesta.
O una sola pregunta con demasiadas respuestas.
País de anochecida, ¿de verdad sueñas; de verdad seremos aún capaces de soñar -¡tierra y gentes!-, con el día?...
...Adiós, adiós. Que como un fuego de aliagas -un instante de luz- crepite y cante nuestra voz en la oscura noche del olvido.