Una reflexión sobre el hábito de la lectura en la que Víctor Moreno analiza y argumenta para resituarla en un plano más real y afectivo del que pretenden vendernos. Aviso de lectura El príncipe que todo lo aprendió en los libros es el título de una de las obras de nuestro ínclito premio Nobel don Jacinto Benavente. Si usted encuentra el libro en algún desván o feria del libro viejo no dude en comprarlo y, ya puestos, incluso leerlo. Es un buen antídoto contra las bienintencionadas y hueras campañas gubernamentales, nacionales o autonómicas, para el fomento de la lectura. Fomento es palabro de rancio abolengo decimonónico y su coyunda con lectura parece anunciar uno de esos matrimonios condenados al fracaso. Andar entre libros era, hace apenas unos decenios, un signo sospechoso. Hoy sin embargo se nos recomienda la lectura como parte indispensable de nuestra sacrosanta dieta mediterránea. Y a nosotros, editores de todo el mundo ¡uníos!, nos parece estupendo, pues cabe suponer que a más lectura más libros, más ventas, más negocio, más sueldo (por cierto, jefa, qué pasa con lo mío) y menos despidos en el gremio. Lo que ya no me parece tan estupendo es que se recomiende la lectura así a boleo, al buen tuntún. Hay libros y libros, y unos nos hacen más tontos aunque otros sirven para preguntarnos si no nos estarán tomando por tontos. Aquí quedaría bien ahora una cita de Derrida o de Deleuze, incluso de Gabriel Zaid o Alberto Manguel, pero hemos leído este libro que hoy les ofrecemos y, de hacerlo, se nos caería la cara de vergüenza. Plantea, entre otras cosas, que leer no nos hace mejores, que las citas de autoridad más que autorizar desautorizan y que aquello de que leer nos hace libres es un eslogan que el amo se inventó para contentar a los esclavos. Y si alguien piensa que este aviso es como tirar piedras sobre mi propio tejado, se equivoca: ni el tejado es mío, ni tengo ganas de mojarme. Con la que está cayendo.