Pero El Conde de Montecristo no es sólo una novela de aventuras. Toda la obra gira en torno a una idea moral: el mal debe ser castigado. Una cuestión que preocupa a la humanidad desde la ley mosaica, la Ilíada y Orestes. El conde, desde esa altura que le da la sabiduría, la riqueza y el manejo de los hilos de la trama, se erige en «la mano de Dios», para repartir premios y castigos. A veces, cuando hace milagros para salvar al justo de la muerte, el lector se sobrecoge de emoción. Otras, cuando asesta los implacables hachazos de la venganza, nos sentimos estremecidos y hasta él mismo conde duda. Si Dumas hubiera sido Shakespeare, Dantès podría haber sido Hamlet.