La última noche del año, la noche de San Silvestre, nevaba y hacía mucho frío. Una niña descalza daba vueltas por la ciudad: había perdido las zapatillas mientras cruzaba corriendo la calle para no terminar debajo de una carroza que iba a toda prisa. Una zapatilla no la encontró, la otra, en cambio, se la había llevado un travieso granuja.