Ana era una niña tan distraída que un buen día, cuando salió a comprar pan para la cena, se encontró en un lugar que no conocía: Gadaliscorintia. Nevaba y ella no tenía paragotas ni resbalagua que la protegieran. Una familia, cuyos nombres eran Topolobampacracia, Altagarancarina y Consoligarinco, la acogió mientras tanto en su casa y no creyeron que pudiera llamarse como se llamaba: Ana. En ese mundo extraño, en el que todos vestían de color verde, tuvo que defender su nombre y su lugar de origen.