Un ladrón rondaba por el jardín. Membrillo no tenía ninguna duda. Sus zanahorias, sus lechugas y sus coles desaparecían del huerto cuando se daba la vuelta. Estaba seguro que se trataba de un conejo, por lo que buscó su madriguera, pero en su empeño sólo encontró un sombrero de copa, negro y brillante. De repente, de su interior apareció un conejo blanco como la nieve. Él mismo se presentó como Santiago, un conejo mago. Y ambos decidieron practicar un poco de magia conjuntamente, con la condición de que Membrillo nunca debía coger a Santiago por las orejas. Pero la promesa de Membrillo a su nuevo amigo se le olvidó el día en el que presentaron su espectáculo de magia a los demás Bichitos, por lo que el número se torció y se inició una inesperada persecución.