Eduardo es un niño como otro cualquiera, con la particularidad de que su carácter puede llegar a ser más desagradable de lo adecuado: ruidoso, bruto con las cosas y con los demás niños, desordenado y sucio. Se había ganado por méritos propios el poco honroso título que ostentaba, como el niño más terrible del mundo, a consecuencia de acumular tantos defectos.
Lejos de corregir su actitud a base de sumar tantas críticas, la actitud de Eduardo se volvía cada vez más negativa, hasta que una serie de hechos inesperados cambian la imagen que todos tiene de él. Así, pasa de ser denostado, a recibir toda clase de elogios: limpio, diligente, generoso, y aplicado. En definitiva, encantador. Todo un giro de 180 grados en la valoración que los adultos hacen de su comportamiento.