En la Hispania visigoda, la división administrativa de la Iglesia se correspondía con la civil por la estrecha relación entre ambos poderes, aunque la provincia eclesiástica fue algo más que un territorio y los prelados ejercían su jurisdicción espiritual sobre ella; estaba formada por las provincias Gallaecia, Lusitania, Bética, Cartaginense, Tarraconense y Narbonense. Tras la dominación musulmana Hispania se fragmentó en los Estados cristiano-hispánicos occidentales; los Estados hispano-cristianos de oriente de la Península, conocidos como marca Hispánica; y el Estado de Al Ándalus con las provincias de Lusitania, Cartaginense y Bética, que quedaron bajo dominación musulmana. Así, la configuración eclesiástica en nuestra península quedó dividida en dos zonas: la Hispania cristiana y la Hispania musulmana que englobaba tres provincias eclesiásticas -Cartaginesa, Lusitania y Bética-, con un cristianismo de supervivencia. Esta Iglesia mozárabe Hispana, formada por las tres provincias eclesiásticas, constituyó el esqueleto de una Iglesia territorial diocesana y aunque desaparecieron diócesis por la