La Movida, aquella efervescencia de los años ochenta, no fue la revancha pop de la represión franquista, sino un pobre sucedáneo de la revancha política. Felipe González se dedicó, con entusiasmo olímpico, a consolidar el poder de las élites franquistas, allanar el terreno al neoliberalismo y reinventar el estilo No-Do revestido de purpurina posmoderna. Las principales víctimas del rodillo "socialista" (o más bien "sociata") fueron los lazos comunitarios, la vieja izquierda (incluyendo a los artistas comprometidos) y el mundo rural. El sueño europeísta, la ansiedad por pasar en tiempo récord de vagón de cola a vanguardia del viejo continente, nos dejó una factura cultural que todavía estamos pagando.