Esta obra nos obliga a retroceder en el tiempo nueve siglos y a colocarnos ante situaciones totalmente extraordinarias, pero con repercusiones que nos resultan mucho más próximas de lo que podíamos imaginarnos en principio. Ofrece un relato vital que trasciende las circunstancias personales de la reina Urraca I (León, 1081- Saldaña, 1126) para analizar la fijación y definición de conceptos relevantes, en torno a los cuales todavía se desarrollan debates importantes para la cultura occidental. Su biografía resulta extraordinaria sobre todo desde el momento en que heredó el trono tras el fallecimiento de su padre, Alfonso VI, el año 1109; era una mujer joven, pero viuda (aunque casada posteriormente con Alfonso I el Batallador, el enlace fue anulado por los prelados reunidos en el Concilio de Palencia del año 1114) y con un hijo. Que una mujer heredara un reino resultaba una circunstancia excepcional para esa época. Pero este libro no sólo contiene un relato vital muy interesante por la cantidad y variedad de los actores, apasionante también por los intereses que se dilucidaban; por debajo de todos esos acontecimientos, se puede advertir el desarrollo de estructuras de gran calado y duración tanto de tipo civil como eclesiástico.
Fue con habilidad diplomática, sentido de la estrategia y con una inteligencia que parece superior a la de alguno de los poderosos líderes coetáneos con lo que Urraca logró algo que debió sorprender a muchos de sus contemporáneos: consolidarse en el trono, mantener la auctoritas que tantos querían negarle y transmitir el trono a su hijo Alfonso VII, después de numerosos conflictos y avatares, con el Imperium que había heredado de su padre. Al análisis de la consolidación de este concepto, una tarea fundamental en el reinado de Urraca I, dedican los autores una parte fundamental de su esfuerzo.