Una dulce posteridad: eso era lo que Alejandro Magno buscaba… y la consiguió. Embalsamado en miel, su cadáver dorado se convirtió en una atracción que nadie quería perderse, y que visitaron Julio César y varias generaciones de emperadores romanos. Según testigos directos, Alejandro siguió siendo «Magno» durante 538 años.
La historia de «Alex» (así como la confirmación moderna de las extraordinarias propiedades de la miel) representa uno de los ochenta y ocho relatos sobre genios griegos y expertos romanos contados con claridad e ingenio por Vicki León en Cómo embalsamar con miel. En ellos traza el perfil de un sinfín de personajes inquietos de antaño que recorrieron con sudor y esfuerzo el tortuoso camino que separa las creencias mágicas de unas disciplinas entonces emergentes: la física, la astronomía y las matemáticas, entre otras.
Desde el idilio de griegos y romanos con los grandes barcos hasta su fascinación por el firmamento, que les llevó a inventar el primer ordenador de la historia, León explora los albores de la ciencia y su persistente rival, la superstición. La vida de los antiguos fue una carrera de obstáculos salpicada de días aciagos, amenazas de cometas, avistamientos de vampiros y pócimas raras, en ocasiones letales. Como afirma la autora: «Aunque aquellos seres curiosos buscaban respuestas a las Grandes Preguntas, también debían apaciguar a espíritus ancestrales, y protegerse de males de ojo.» ¡Eso sí era pluriempleo!