La fotografía es luz, la mirada del fotógrafo busca un ángulo desde el que, en esa luz, retener el instante, trazar la memoria de una geografía nacida de sus deseos. Detrás de cada retrato están las presencias de mi origen, lo aprendido en ese lenguaje de respuestas de una cultura rural, vivida y soñada: las metáforas de los “afluentes humanos” del río Curueño, que fueron realidades en otro tiempo. En este viaje por el cauce de un río de imágenes, el camino está cubierto de espejos y arroyos, a veces turbios. Atreverse a regresar en la distancia es proseguir sin límites ni puntos cardinales, incluso deseando hundirme como el náufrago, volver a un principio: la nieve sin derretir en mis labios, en cuyos límites lindar con el imposible. La esencia del volver se plasma en una senda de agua helada, que el tiempo y la memoria la llevan por caminos diferentes: La tejedora de invierno y verano, el tatuaje fosilizado de la noche y el día con su magia de brumas, la hacedora de otoño y primavera, y ese juego extraño de preguntas que sigue habitando dentro de mí: ¿La realidad vivida, la realidad recordada?